Si grandes celebrities, políticos y millonarios, han escogido la deslumbrante Portofino como base para sus vacaciones estivales a lo largo de la historia, será por algo. Y ojo, porque hablamos de nombres tan destacados como Grace Kellly o Frank Sinatra, Elizabeth Taylor o Humphrey Bogart, incluso –algo más recientes— Mariah Carey, Catherine Zeta-Jones o Beyoncé. Personalidades que no dudaron en pasear sus esbeltos cuerpos por las callejuelas de este increíble escenario donde el lujo es, simplemente, la única manera de entender la vida.
Sin embargo, Portofino abraza a todo el que quiera merodear a sus anchas por su territorio. A quienes, como nosotros, sin poseer carteras tan boyantes, deseamos curiosear y recorrer sus muelles tratando de adivinar a quién pertenecerá aquel glamuroso yate, o cuánto costará. Las aguas esmeraldas de un Mediterráneo que, aquí, se siente más refinado, estarán ahí también para nosotros. Como el capuchino que, por qué no, disfrutaremos sentados en alguna de las terrazas con vistas junto a la Piazzeta, corazón de la localidad. Un capricho, las cosas como son, que sí nos podemos permitir.
Y entonces nos asaltarán las ganas de saber más. Echaremos un vistazo a la guía de turno y comprobaremos que el famoso Plinio el Viejo, allá por el siglo I, ya habló de este rincón de la bella Italia en su obra Historia Natural. En esa época su nombre era otro, Portus Delphini, dicen que debido a los buenos navegantes que eran sus habitantes. Las cosas han cambiado muchísimo desde entonces, claro, aunque el Mediterráneo siga luciendo igual de espectacular.
De iglesias y castillos por la joya de Liguria
Tan recogidita como es, resulta fácil aventurarse a descubrir Portofino en busca de sus múltiples encantos. Para ello, dejaremos atrás el puerto, colmado no solo de negocios de restauración, sino también de tiendas de las firmas de moda más codiciadas. A cada paso, vetustos edificios y casas señoriales de fachadas en albero y coral, en amarillos y rosados, que con sus hermosas contraventanas nos harán parar sin remedio para inmortalizarlos con nuestros móviles. Así llegaremos a la iglesia parroquial dedicada a San Matín de Pours, de estilo románico lombardo y fachada a dos colores, que fue construido en el siglo XII y cuyo interior alberga increíbles frescos y pinturas, como el lienzo de Nuestra Señora del Rosario.
Para contemplar de nuevo el Mediterráneo en todos su esplendor, nada como emprender la caminata de 10 minutos que nos llevará, subiendo las escalinatas bautizadas como Salita de San Giorgio, hasta la iglesia románica que atesora los restos de San Giorgio, patrón de Portofino. Un lugar de lo más especial que ofrece una panorámica como pocas se pueden encontrar en la zona.
¿Una última parada antes de aventurarnos a explorar el entorno? Sin duda, el Castello Brown, ubicado en el corazón de la bahía de Portofino. Construido en el siglo XVI como fortaleza militar, cayó ante los ataques de las tropas de Napoleón y fue vuelto a levantar, ya en 1867, por Sir Brown, cónsul inglés que se hizo con su propiedad y lo transformó en una mansión noble. Hoy en manos del municipio, merece la pena acercarnos para visitar sus elegantes salones interiores de estilo neogótico repletos de interesantes pinturas y bajorrelieves, pero también sus exuberantes jardines. Después, será la hora de continuar la ruta.
Senderismo, sí, pero con glamur
Deberemos calzarnos las botas de trekking para recorrer uno de los múltiples caminos con los que el Parque Natural de Portofino logra colmar de felicidad a los espíritus más aventureros. Más de 80 kilómetros de senderos señalizados, de diferentes tamaños y dificultades, se reparten por su territorio permitiéndonos disfrutar, ya sea a pie o en bicicleta, de un espacio que fue protegido en 1935 y en el que abundan los enclaves culturales e históricos, todos ellos arropados por una frondosa vegetación mediterránea.
No escasea el parque natural en avellanos y castaños, en olivos centenarios dispuestos en terrazas ni en miradores semiescondidos que se asoman a acantilados y a calas de postal. La ruta que une la vecina Camogli con San Rocco es una de las más populares. Aunque parte de ella transcurre por una empinada escalinata de, nada menos, 828 escalones, las vistas al Golfo Paraíso desde lo más alto resultan la mayor recompensa al esfuerzo.
Mucho más allá del lujo
Pasear junto al puerto de Camogli, otro de esos pequeños pueblitos de la Riviera de Liguria que irradian esencia mediterránea a raudales, es todo un placer. Aquí no nos olvidamos de esos esbeltos edificios de vivos colores que se alzan frente al mar, ni de las playas de guijarros en las que sentarnos a contemplar atardeceres eternos.
De ambiente marinero, aunque siempre dejando espacio en sus muelles para los yates de los bolsillos más adinerados, Camogli se caracteriza también por el inigualable aroma a masa horneada que se respira en sus calles. ¿La razón? Muy sencillo: aquí se halla la Focacceria Revello (revellocamogli.com), que tras décadas dedicada a la elaboración de este producto tan italianísimo, ha sido considerada la primera y auténtica focacceria de la Riviera. Adentrándonos en su local contemplamos la pericia y rapidez con la que preparan incontables bandejas de esta delicatessen. Una profesionalidad que hace que, locales y visitantes, hagan cola para lograr llevarse su porción bajo el brazo. El punto dulce, eso sí, lo ofrecen con sus famosos Camogliesi al Rhum, un postre hoy asociado al país que tuvo su origen, no obstante, en este humilde negocio de la costa de Liguria.
Pero, como no hay duda de que el lujo se halla, a veces, en las cosas más pequeñas, añadimos otra experiencia única al viaje apuntándonos a una excursión en barco que nos lleva desde Camogli hasta la Bahía de San Frutuosso, un excepcional enclave al que solo es posible llegar a pie, o por mar. En esta pequeña cala arropada por las aguas del Mediterráneo y el Parque Natural de Portofino, fue fundado en el siglo VIII una iglesia que los benedictinos convirtieron en abadía en el año 1000, para acabar pasando a mano de los Doria en el siglo XIII. De su última etapa aún se mantienen los sepulcros, además de la Torre Doria, el claustro o un pequeño museo.
Sin embargo, si hay algo que atrae hasta aquí a decenas de turistas cada día —además de la espectacularidad del lugar, acrecentada por la coqueta playa de piedrecitas que se despliega a sus pies y por sus prístinas aguas—, es el Cristo del Abismo. Esta escultura de 2 metros y medio de altura, obra del artista Guido Galleti, se encuentra hundida a 300 metros de la orilla y a 15 de profundidad desde hace casi 70 años, y representa a un cristo con los brazos extendidos hacia arriba. Hay barcas que, provistas de grandes lentes, ofrecen a los curiosos acercarlos cala adentro para irar la pieza desde la superficie, aunque los amantes del buceo encuentran en este reclamo una excusa perfecta para, bombona de oxígeno a la espalda, lanzarse a explorar las profundidades del mar.
El barco de vuelta, si se quiere acabar el viaje con un descubrimiento más, se puede realizar hasta el muelle de la bella Santa Marguerita Ligure, otro de los rincones más populares de la costa de Liguria. Conocida como la Perla del Tigullio, cuenta con un castillo genovés del siglo XVI y unos jardines italianos de densa arboleda que decoran el exterior de la elegante villa Durazzo-Centurione, del siglo XVII. Un final único a la altura del destino más lujoso de toda la costa de Liguria.