Cuando no quiere compartir, cuando algo no sale como él o ella esperaba, cuando tiene que esperar demasiado en la cola para subir al columpio… Algunos niños se enfadan demasiado en demasiadas ocasiones, mientras que otros parecen un remanso de paz. Si, además, esta diferencia ocurre en el mismo momento, en el mismo lugar y ante la misma experiencia, el enfado del hijo desconcierta aún más a los padres.
¿Por qué unos niños se enfadan más que otros? “Cada niño es un mundo, y hay muchos factores que influyen en cómo gestionan sus enfados”, nos responde Sonia Martínez, psicóloga y directora de los Centros Crece Bien. Los factores más habitualmente influyen en que un niño tenga más tendencia a enfadarse tienen que ver con el temperamento del propio niño y con su capacidad de expresarse de manera adecuada: “algunos tienen un temperamento más fuerte y reaccionan con más intensidad ante la frustración; otros pueden tener dificultades para expresar lo que sienten con palabras, así que el enfado se convierte en su manera de comunicar que algo no va bien”.
Si ve que, cuando se enfada, consigue lo que quiere, sin darse cuenta, aprende que el enfado es una herramienta para obtener atención o satisfacer una necesidad
Otro factor determinante es, tal y como señala la psicóloga, la edad. “En los más pequeños, los enfados son normales porque todavía están aprendiendo a gestionar sus emociones”, nos recuerda. “No saben cómo expresar que están cansados, que algo les molesta o que no entienden lo que está pasando, así que lo hacen a su manera: con rabietas, gritos o llanto”.
Por supuesto, también tiene mucho que ver el entorno. “Si en casa hay mucha tensión, prisas o gritos, es probable que el niño adopte esa misma manera de reaccionar”. De esta forma, es fácil que la familia entre en una especie de bucle de enfados del que es cada vez más difícil salir.
Sonia Martínez añade un factor más que es esencial que los padres tengan en cuenta y es que si, cuando el niño se enfada mucho, acabamos cediendo a su petición, los enfados serán cada vez más habituales: “Si ve que, cuando se enfada, consigue lo que quiere, sin darse cuenta, aprende que el enfado es una herramienta para obtener atención o satisfacer una necesidad”.
¿Cómo ayudar a los niños a que gestionen mejor sus enfados?
Ante esta pregunta, lo primero que hemos de tener muy presente como padres es que “hay enfados que son necesarios y sanos”, como subraya la directora de los centros Crece Bien. “Por ejemplo, si un niño se enfada porque alguien le ha tratado mal o porque siente que no se respeta su espacio, ese enfado le está diciendo que hay algo que necesita cambiar”. En situaciones de este tipo, lo que debería llamarnos la atención e, incluso, preocuparnos es si no se enfadan.
El enfado es una emoción que, bien gestionada, les ayuda a defender sus derechos, a marcar límites y a expresar lo que necesitan
Ahora bien, igualmente debemos ayudar a nuestro hijo a canalizar su enfado (no tanto a frenarlo, en estos casos). Martínez propone el siguiente ejemplo: "Tienes razón en estar enfadado porque te han quitado el juguete sin preguntar. ¿Cómo podríamos decirlo de otra manera para que te escuchen">
¿Cómo saber si los enfados de los niños son tan desproporcionados que debería valorarlo un profesional?
Los enfados que se acaban convirtiendo en rabietas resultan agotadores mentalmente para el niño y para los adultos. A veces, a los propios padres les resulta difícil poder gestionar el enfado de su hijo, pero ¿cómo saber que ese enfado es más que una rabieta? Según Sonia Martínez, un enfado se considera desproporcionado en los siguientes casos:
- Se da con demasiada frecuencia y afecta a su vida diaria. Por ejemplo, si no puede disfrutar de actividades porque todo le genera frustración.
- Es tan intenso que dura mucho tiempo y no consigue calmarse, incluso con nuestra ayuda.
- Se expresa de manera agresiva, haciéndose daño a sí mismo o a los demás.
- Parece más una explosión incontrolada que una reacción lógica a lo que ha sucedido.
“En estos casos, es importante observar qué lo está causando. A veces, detrás de esos enfados hay inseguridad, problemas de comunicación o, incluso, alguna dificultad emocional que necesita ser atendida”.